jueves, 17 de marzo de 2011

DE HIROSHIMA A FUKUSHIMA

Puede… No, seguro, que estamos cargados de oníricos deseos, de utópicas ideas, de inalcanzables propósitos, seguro, porque en el fondo, muy, muy, muy en el fondo somos buena gente. Todos nos creemos, a priori, más inteligente que los demás, mejores, más buenos, la culpa siempre es ajena. La solución la tenemos nosotros en la mano. ¿Entonces?... ¿Por qué no funciona el chiringuito?

Los romanos construían caminos pavimentados, como método logístico, para el mejor y más rápido movimiento de sus tropas. Las murallas se levantaban para protección del señor feudal. El ferrocarril tuvo en principio fines militares, todo el armamento pesado se transportaba cómodamente. Y los barcos, los coches y los aviones, y las carreteras y los puentes, y la conquista de la luna y el Internet, todo, absolutamente todo, antes de ser usado para beneficio del hombre, para su explotación, o para el intercambio comercial, ha tenido un objetivo militar, es decir para defensa y ataque de unos sobre otros y viceversa. ¿Entonces?... ¿Por qué no nos enteramos que hay más soldados, que sencillos civiles?

Me parece, que ni somos tan buenas gente como nos creemos, ni somos tan inteligentes como presumimos. No pasamos de ser meros guerreros, no sabemos ser pueblo soberano. Y ni acabamos con las injusticias propias y menos con las ajenas. Porque si fuera así… entonces este chiringuito funcionaria algo.

No cabe duda, la energía atómica aún no la dominamos. Su poder nos sobrepasa cuando se desboca. Sin embargo pasamos de su uso militar al civil, así, porque siempre estamos en guerra, porque todo es una guerra. Por la sobre vivencia. En Chernobil (1986) nos avisó: la ambición, la incompetencia y la negligencia, soltaron las riendas y nos trajo muerte, destrucción y caos; desolación que pagaremos durantes años y años. En Hiroshima y Nagasaki (1945) fue concluyente: podemos autodestruirnos en cuestión de segundos. Millones de japoneses, por mor de la guerra, el interés y el poder, fueron sacrificados para que el resto de la humanidad, y sobre todo quienes tienen la capacidad de pulsar el botón rojo, se lo pensaran antes, mil veces mil. Es más: para que a nadie se le permita esa posibilidad. Como triste paradoja, como predestinación de un destino cruel, el pueblo japonés vuelve a ser chivo expiatorio: Fukushima (2011) ha venido a demostrar que para la naturaleza, para su poder, los nuestros son absolutamente ridículos. Máxime si éstos van en un cofre frágil que si se destapa destila muerte, destrucción y caos.

No sé por qué, me he acordado de Felipe II y la Armada Invencible.

Veremos. Dentro del reino animal somos la única especie que domina el fuego, y entierra a sus muertos (junto con los elefantes) ¿No?

Saludos y gracias a todos.

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